Si el ser humano es el único animal de la tierra que tiene al capacidad de pensar, decidir y actuar para transformar, ¿qué impide que desarrollemos toda nuestra plenitud con el ahínco, del que… SOMOS CAPACES?
Tanto como lo anterior es cierto, también el ser humano es el que más tarda de “salir del nido”. Para citar sólo algunos ejemplos, a los perros les toma unas ocho semanas no depender de sus padres, al caballo 12 meses y al león 24. Hoy en día, matriculamos a nuestros hijos en el jardín infantil entre los años 1 y 2, buscando que este sea un medio controlado que estimule el aprendizaje de cosas básicas que incluyen socialización.
Corresponderá a los padres ir determinando en qué tiempo asignan con confianza responsabilidades que puedan ejercer con autonomía y así, podemos decir que un humano está medianamente criado en plena adolescencia, pero todos sabemos que aún carece de mucho conocimiento y facultades para tomar ciertas decisiones.
¿Qué pasa cuando experimentamos la sensación de vacío existencial y nos preguntamos qué sentido tienen nuestras vidas? Como lo he dicho en ocasiones anteriores, muchos no se lo preguntan u otros, entierran rápidamente la pregunta porque tendrían que hacer algo diferente, que no saben qué es y darse respuesta, implica pasar por algunas etapas como reflexionar, observar, pensar, evaluar opciones, decidir y actuar. Todas, capacidades que no tienen los animales.
Hemos llegado a ese punto porque nuestros padres y educadores tuvieron la enorme responsabilidad de señalarnos el camino. El que ellos sabían, no el que nosotros -desde el ser que somos, diferenciado de ellos- podemos hacer.
Y somos seres de costumbres, rutinas y hábitos que fuimos echando en nuestra maleta bajo el programa de -en mis tiempos- estudia, saca buenas notas, empléate y haz una carrera corporativa y sé exitoso definiendo como éxito algo, que quien se pregunta esto, nota que no es suyo, que no le corresponde.
Las rutinas a las que nos suscribimos, nos dieron mucha seguridad y comodidad pero también la falsa sensación de que el mundo es predecible y controlable. Y a punta de fracasos y resultados inesperados, aprendimos que no. Sin embargo, el entorno nos pide resultados a todo nivel: la edad en que deberías terminar la universidad, la de casarte, la del post-grado, los hijos, la gerencia de algo, por mencionar algunos.
Y cuando no estamos al nivel de las expectativas externas que aprendimos a cumplir en el nido y ya no resonamos con ellas, entramos en conflicto. Un conflicto que nos plantea la primera decisión de cambio: ¿Mantengo las cosas como se espera de mí y dejo de ser o, trabajo en quien quiero, puedo y debo ser según mi propia definición de deber y creo, aporto, construyo y dejo un legado?
Los animales cumplen con el esquema previsto de llevar sus ciclos biológicos que tienen la función de mantener el ecosistema habitable, haciendo simbiosis unos con otros. No tienen que preguntarse nada, toda la información de lo que hacen y deben hacer, está en sus células.
Y por encima de esas capacidades biológicas, los humanos tenemos la capa de la consciencia que nos llevó a hacernos las preguntas existenciales. Entonces, ¿las dejamos ahí o las procesamos? Procesarlas implica salirnos del mundo conocido y predecible que ya vivimos. Entonces, por ahora sólo pongo dos escalones en el camino al ascenso en nuestra consciencia:
Introspección: ¿por qué no la hacemos? Porque aprendimos que las respuestas están afuera, en ese mundo que otros definieron para nosotros y que lo que no esté ahí, es inseguro. Como la incredulidad que le pusieron a Colón de frente cuando se fue a buscar una nueva ruta comercial hacia las Indias. Además, es fuerte. Porque encontrar nuestras verdades, contrastarlas con las de otros y asumirlas como nuestra nueva forma de vivir implica, asumir la responsabilidad de hacerlo y de las consecuencias ¿estamos preparados para esto?
¿Con qué límites? El parámetro de las decisiones debe estar entre lo moral y éticamente bueno para nosotros y lo moral y éticamente bueno para el entorno, siendo este el medio ambiente, la política mundial, de nuestro país y cualquiera que rija el núcleo en que nos movemos y la máxima espiritual promovida por religiones y filósofos de no hacer a los demás lo que no queremos que nos hagan a nosotros.
¿Será que desafiar nuestra forma de hacer las cosas es placentero? ¿Le proveerá sentido a nuestra existencia? ¿Qué formas mágicas hay para no fallar? … a propósito ¿Qué sería fallar?
Sólo creo que fallar es no intentar. Porque aunque las consecuencias no sean las esperadas (OJO, diferente a malas o negativas), estaremos aprendiendo y habremos aportado y estas dos cosas serán el sentido de lo que hicimos. Y cualesquiera que sean las consecuencias, pienso que es más placentero saberse sujeto de las circunstancias que sentirse objeto a la deriva. ¡Intentémoslo, a sabiendas de que tampoco controlaremos los resultados, sino nuestros actos y las emociones que vivamos por el camino!